Skip to content Skip to sidebar Skip to footer

El erizo y la luciernaga

Si eres madre o padre de adolescente, este artículo es para ti. El punto de partida va a ser la confesión de mis propios errores, como madre de adolescente patosa y metepatas que alguna vez he sido. Me desnudo ante ti para reconocer, desde la más absoluta humildad, mi dificultad para gestionar la comunicación con mi hijo.

Lo primero que quiero comentar es que todos cometemos errores, es natural, lo más importante es volver a levantarse de las caídas y seguir caminando. A veces es necesario un cambio de rumbo, no dudes en rectificar y cambiar lo que haga falta. Sobre todo, honra tus errores por las enseñanzas que te han traído, porque te han hecho reaccionar, reflexionar y cambiar tu actitud. Crecer, a fin de cuentas. El tener a un adolescente en casa nos abre una oportunidad inigualable para trabajarnos a nosotros mismos. Míralo de esta manera, te ayudará. Tu adolescente te hará de espejo, en él se reflejará tu sombra. Lo bonito es aprender a abrazarla, aceptarla, intergrarla y armonizarla en tu interior. Suena bonito y dificil al mismo tiempo, lo sé, pero yo te aseguro que es posible, lo único que hace falta es querer crecer y querer a tu hijo/a. Estoy convencida de que el amor es inmenso.

Merece la pena ofrecer especial atención a esta etapa tan importante: hazlo por ti, por tu hijo, para mantener el vínculo fuerte y sellarlo para siempre. Hay que regar la relación más que nunca, aunque sea dificil porque el agua y el abono que has utilizado hasta ahora ya no funcionan. Tienes que inventar una nueva manera, tu propia receta mágica que además tendrás que adaptar cada día, porque los adolescentes son muy cambiantes y te van a volver loca si no eres consciente de ello y los comprendes con total respeto y aceptación. Vas a tener que negociar todo, todo, todo… Entrénate para activar una escucha activa, déjate de sermones porque no funcionan, busca el acercamiento y marca algunas (pocas) líneas rojas sagradas. Límites claros que no son negociables ni discutibles, pero todo el resto se negociará, y ten siempre presente que un buen negocio cuando tú ganas y él también gana. Todos ganaréis, y te darás cuenta con el paso del tiempo, que sobre todo, habrás ganado un hijo. No pierdas a tu hijo en la adolescencia, os marcará de por vida a los dos. Haz que esta etapa sume, porque tú también creciste con ella.

Este es mi caso, aquí va:

EL DICHOSO CONFINAMIENTO nos trajo BRONCAS

La vivencia que os voy a contar ocurrió en primavera del año pasado, espero que sirva de inspiración o alivio, a mi me servirá como desahogo. Mi hijo me dio una lección vital que luego os explicaré.

En marzo nos confinaron a todos, cada familia tiene su historia de aquel principio de la pandemia del Coronavirus. La mís es la siguiente:

De un día para otro y sin previo aviso se cerraron las escuelas, y a mí me encerraron con mi hijo de 13 años, entre 4 paredes, las 24 horas del día. Bueno, y a él conmigo. ¡Qué dificil fue aquello! Mi hijo quería pasarse el día jugando al Fornite, sin pegar palo al agua. Estaba encantadísimo con ese nuevo mundo que le había traído el COVID, iba tirarse todo el día en pijama chillando con sus amigos, superando a cada momento su record de kills mientras soltaba 11 palabrotas por cada diez palabras que escupía por su boca. Todo era tan perfecto, sin cole, sin extraescolares, sin tener que madrugar ni acostarse a las 21h. ¡Qué maravilla! Parecía un sueño… Sólo había un problema: SU MADRE. Osea, yo. No paraba de decirle «basta de pantallas», «vístete», «ponte a teletrabajar». Qué pesada, me decía, ¿para qué se iba a vestir si estabamos confinados y no ibamos a salir? ¿Qué tenía yo contra el fornite si a él le trae la felicidad?

Yo le obligaba a salir una hora al día, un paseo hasta la playa, hacer un largo y vuelta. Siempre acababamos discutiendo, o mejor dicho, empezabamos discutiendo y acababamos en bronca. Le parecía absurdo salir conmigo, no quería porque le parecía un rollazo. Se ponía los cascos para escuchar música (o para no tener que escucharme a mí), hasta que le prohibí sacar el movil durante esa hora. A mí me parecía una total falta de respeto que paseara conmigo con los cascos para seguir encerrado en su mundo de pantallas. A él, le parecía absurdo salir a la calle con lo agusto que estaba él en casa, todo el día medio tumbado en su silla gamer. A mí me parecía importante mantener esa rutina diaria, temía perder ese momentito con mi hijo, y por eso le forzaba, pero él empezó a caminar dos metros más atrás que yo. Cada día más farruco y más desganado hacia mí. Uf! Llegó a sacarme de quicio de verdad, y por eso, me llegué a poner tan estricta y rígida, sin éxito alguno decidí imprimir un cuadro con el plan de cada día y se lo pegué en la puerta de su cuarto. Entre las obligaciones innegociables: Salida de 16h a 17h a la playa con tu madre.

Un día se despertó diciendo que ese día no quería salir, y que por una sóla vez le respetara. Yo por supuesto me negué, me daba miedo que sirviese de precedente, además; ¿A CUENTA DE QUÉ?. Él me insistió y me requeteinsistió diciendo que ese día no quería salir de día, que si yo quería en todo caso saldríamos de noche. A mí me parecía una barbaridad, ¿porqué de noche? Tenemos la playa cerca pero de noche está muy oscura, y además el día iba a ser largo y poco saludable si lo pasaba tirado en su silla gamer. «Si, pero así cambiamos y hacemos algo diferente, yo prefiero salir de noche y hoy sí que no me vas a obligar.»

En contra de mi voluntad no me quedó otro remedio más que aceptar «el trato». Después de repetirle mil veces lo mal que me parecía su actitud ante las mínimas obligaciones que tenía que cumplir, a regañadientes le dije que se salía con la suya pero que me parecía muy injusta su falta de docilidad. Yo nunca me plantaba así en contra de lo que mi madre me decía, jamás, ni siquiera se me pasaba por la cabeza llevarle la contraria con nada, ni me planteaba que se pudiese hacer otro plan y no el que ella proponía. ¿Porqué me había tocado a mí tener un niño tan desobediente?

Con esos pensamientos, y tonitos de voz recriminadores, sin validar su iniciativa, salimos a la calle a las 22.30 de la noche. Estaba demasiado oscuro para bajar a la playa, por lo que decidimos quedarnos por el barrio. Empezamos a pasear y poco a poco empecé a sentirme mejor, como conectando con esa energía especial que tiene la noche. No había ni alma por la calle, ni circulaban coches, ni había gente en los jardines ni terrazas, todo el mundo estaba recogido dentro de la casa. El cielo estaba despejado y estrellado, hacía muy buena temperatura. Poco a poco empezó a bajar la intensidad de mi enfado, y el sentimiendo de placer creció más y más, placer de pasear con mi hijo de noche en un barrio desierto. Al final de nuestra calle hay una especie de bosquecillo, y cuando ya estabamos cerca, sentimos un ruido que salían del hierbal, unos pasos con uñas que se movían con rapidez:¡¡¡UN ERIZO!!! Le seguimos de cerca, él se dejaba seguir, se dejaba ver. Siempre me ha fascinado la carita del erizo, ¡qué cosa más bonita y tan tierna es! Pensé en cogerlo y traerlo a casa con nosotros, podía vivir en el jardín, pero mi hijo me frenó, y le hice caso. «Vamos a dejarle en paz ya, ama, igual está asustado.» A mí no me lo parecía pero seguimos con el paseo. Bueno, antes le saqué unas fotos. «¡Qué pesada con tus fotos, de verdad! Vamonos ya.»

Foto original de la noche

Y seguimos caminando hacia el bosquecillo. De repente, a escasos metros del erizo, vimos una lucecilla verde entre la hierba. ¡Una luciérnaga! ¡Qué bonita, y cuánto tiempo sin ver una! Yo parecía Heidi de mayor, recordando viejos tiempos, y a mi niño también se le veía disfrutar, sonreía (o quizás se reía de mi ingenuidad). Empezamos a mirar y vimos otra, y otra, y otra más allá, llegamos a contar seis o siete maravillosas luciérnagas brillando en la oscuridad. Fue un paseo diferente al de los otros días, disfrutamos un montón. Volvimos a casa felices y unidos, sin broncas, sin distanciamientos, divirtiéndonos juntos. Ese día mi hijo me dio una lección.

La luciérnaga

En aquel entonces yo aún estaba estudiando el máster con Marly Kuenerz, mi grandísima maestra. Esa noche le envié las fotos a una de mis queridas compañeras del grupo para transmitirle lo mágico que había sido el paseo con mi hijo. Ella me contestó «me dan mucho que pensar estas dos fotos que me envías, me parece increíble la sincronicidad simbólica.» Yo no había caído en la cuenta, pero era así. Era increible. Hacía poco le había recomendado un libro a esta compañera: «Cómo abrazar a un erizo», claves para conectar de forma positiva con los adolescentes. También, en otra práctica anterior trabajamos nuestros arquetipos o personajes, tanto positivos y negativos. En esa práctica teníamos que dibujar a mi «yo ideal», la mía había sido una ninfa de luz llamada «Ipurtargi», que significa en euskera Luciérnaga. Es increíble que en ese paseo nocturno tan placentero con mi hijo adolescente nos encontrásemos con los dos símbolos: el erizo y la luciérnaga, el adolescente y mi «yo ideal».

  • Lorem ipsum dolor sit amet, consectetur
  • Cingelit, sed eiusmod tempor incidi
  • Labore et dolore aliqua ut minim
  • Veniam, quis nostrud exercitation ullamco

  • Lorem ipsum dolor sit amet, consectetur
  • Cingelit, sed eiusmod tempor incidi
  • Labore et dolore aliqua ut minim
  • Veniam, quis nostrud exercitation ullamco

reflexiona

Quiero compartir contigo la conclusión que saqué de esta experiencia y transmitírtela en forma de consejo: valida a tu adolescente tal y como es, escucha sus iniciativas y dales valor, hónralo en esta etapa tan complicada, y si puedes, búscale un referente que no seas tú. Es el momento de dar un paso hacia atrás y dejar un margen entre los dos, acompañarlo desde la distancia cercana, soltarlo y confiar en la vida, confiar en él, darle mucho amor, unir los corazones a pesar de las diferencias. Una presencia silenciosa funciona bien. Es importante marcar la línea roja, 3 o 4 límites bien claros e indiscutibles. Para el resto, ahórrate las chapas, son contraproducentes. Es mejor buscar un referente sano fuera de la familia (puede ser un coach, un instructor de algún taller creativo, un entrenador deportivo, incluso algún amigo que tenga chispa inspiradora etc.). Dirige sutilmente a tu adolescente hacia algún lider positivo, un referente que le inspire a tomar el buen camino. Cuida el ambiente del hogar, las broncas son tóxicas y marcan mucho. Utiliza el refuerzo positivo para validar a tu hijo, a tu hija, poniendo el foco en lo que haga bien. Ahí donde pongas la atención, eso crecerá.

Termino con una frase de mi sabia maestra Marly Kuenerz:

«Si pones la atención en los problemas, crecerán los problemas. Si pones la atención en las soluciones, llegarán numerosas soluciones.»

Leave a comment